Nuevo panorama para la educación y el empleo Christopher Pissarides sobre el impacto del COVID-19 en el trabajo y la educación

Christopher Pissarides sobre el impacto del COVID-19 en el trabajo y la educación

En el primer evento del ciclo de salones virtuales, tuvimos el placer de hablar con Sir Christopher Pissarides, ganador del Premio Nobel de Economía y profesor con designación real en la Escuela de Economía y Ciencia Política de Londres, sobre el impacto del COVID-19 en el trabajo y la educación. Nos hemos vuelto a comunicar con él para pedirle más información sobre algunas de sus hipótesis más interesantes.

«Esta crisis ya ha mostrado cuál es el camino a seguir. El COVID-19 ha sido un gran catalizador para lograr la cooperación interdisciplinaria dentro de los países y a través de ellos».

- Christopher Pissarides

christopher pissarides

Sir Christopher Pissarides, ¿cuál fue su conclusión principal de nuestro último debate virtual?

El riesgo de una pandemia siempre ha estado presente: los virólogos lo habían advertido, tuvimos epidemias en el pasado y, aun así, ignoramos completamente esos riesgos. Ahora somos conscientes de que una pandemia puede prácticamente paralizar nuestra economía y que pueden suceder más. Todos nos hemos apresurado a investigar cómo lidiar con esto; virólogos, epidemiólogos, economistas, psicólogos, empresas e incluso políticos hablan sobre el «número R» como si se tratara de algo que siempre han conocido y, más concretamente, entendido. Grandes impactos repentinos de esta naturaleza en el pasado, que cambiaron la manera en que hacíamos las cosas, se han asociado con las guerras. El COVID-19 es un impacto de esa magnitud: cambiará la forma en que hacemos las cosas.

Aún pienso que la mayoría de los trabajadores en riesgo son los mismos que aquellos que lo estaban antes de la pandemia, debido a las nuevas tecnologías. La pandemia ha hecho que la fuerza laboral sea un factor menos valioso de la producción y que el capital lo sea más, ya que este puede continuar produciendo sin importar los riesgos de salud pública, pero la fuerza laboral debe tomarlos en consideración. Por lo tanto, el reemplazo de la fuerza laboral por el capital continuará sucediendo y, lo más probable, es que se acelere. Los nuevos trabajos en riesgo son los que pertenecen a los servicios personales de todo tipo, ya que muchas personas volverán al «autoservicio», lo que llamamos en economía la «producción interior», para evitar el contacto innecesario con personas desconocidas. Recientemente, la tendencia ha sido «comercializar» la producción interior, en sectores como el consumo de alimentos (salir a comer en vez de comer en casa), el entretenimiento (salir en lugar de permanecer en casa y ver televisión), la limpieza (contratar un servicio de limpieza o llevar las cosas a los servicios de limpieza en lugar de hacerlo uno mismo), etc. Es probable que este proceso se detenga e, incluso, que se revierta.

Los bienes inmuebles, o la «tierra» como le decimos en economía, son uno de los insumos de la producción. Tradicionalmente, tenemos emprendimientos, fuerza laboral, capital y tierras. Si observamos cuáles serán los requisitos de las empresas después del COVID-19, vemos que el capital tendrá más valor, ya que las máquinas no se infectan entre sí y, especialmente, la tierra porque tanto los trabajadores como los clientes (por ejemplo, en los restaurantes) deberán tener más espacio entre ellos. En este sentido, creo que los bienes inmuebles serán más valiosos. Dichos desarrollos ya se produjeron en el pasado; por ejemplo, los aficionados de deportes populares, como el fútbol, solían llenar los pequeños estadios parados hombro con hombro. Después de desastres como el de Hillsborough en Gran Bretaña en 1989, las consideraciones de seguridad obligaron a instalar asientos, lo cual requiere más espacio. Los estadios ahora ocupan más tierra por persona, y el precio por las tierras adicionales generó un aumento en el precio de las entradas. Este tipo de desarrollo se aplicará ahora a muchas más actividades. Los restaurantes ya no serán viables si alquilan un espacio «íntimo» abarrotado y lo llenan con mesas pequeñas. Necesitarán espacio para mantener las mesas separadas. Lo mismo se aplicará a muchos más servicios e, incluso, a las unidades de producción.

Me sorprendió y me alegró saber que los modelos que usan los epidemiólogos para evaluar la propagación de una enfermedad y su impacto en la población son muy similares en cuanto a la estructura formal a los modelos que utilicé en el pasado para organizar mis reflexiones sobre el problema del desempleo y los trabajos. Después de todo, podemos considerar que un trabajador que pierde su trabajo es un «infectado», por cuanto se retira de la producción, mientras que uno que está listo para aceptar un trabajo se consideraría «vulnerable» en su búsqueda por entrar en contacto con una empresa. Desde el punto de vista formal, las diferencias son ideas atractivas para estudiar. Por ejemplo, en el mercado laboral, si eres «vulnerable» respecto de las oportunidades de trabajo, tienes éxito si entras en contacto con una empresa; en las epidemias, si eres «vulnerable» respecto de la enfermedad, fracasas si entras en contacto con una persona infectada. El distanciamiento social ayuda a controlar una epidemia, pero es negativo para los trabajos. Estas son áreas de investigación importantes que reúnen la salud pública y los mercados con fricciones, y me conectan a mi estudio, de manera que me trae de vuelta los recuerdos de mis tiempos como profesor asistente en la Escuela de Economía de Londres.

El COVID-19 reorientó la investigación y reunió a distintas disciplinas más que cualquier otro suceso histórico. Los epidemiólogos estaban trabajando en sus propios modelos y los economistas en los propios, y no nos habíamos dado cuenta de lo cercanos que eran entre sí hasta que el coronavirus nos obligó a leer los trabajos de otras disciplinas. La investigación médica y farmacéutica se ha vuelto esencial para la economía y la sociedad, ya que el descubrimiento de una vacuna o una cura afectará completamente, no solo al panorama médico, sino también al económico. El COVID-19 es un problema de salud pública que tiene un gran impacto en la economía y en nuestro bienestar mental. La colaboración entre las investigaciones epidemiológicas y médicas, por un lado, y la investigación económica, social y psicológica, por el otro, son fundamentales. También la colaboración internacional es esencial, ya que es más probable que logremos resultados exitosos con más personas involucradas, y los países tienen diferentes experiencias que pueden ser de ayuda para todos. La mayoría de los científicos cree que, si China hubiese sido más abierta respecto de la entrega de información desde noviembre del 2019 hasta enero del 2020, no se hubiera dañado a la sociedad y a la economía como lo hemos experimentado desde que el coronavirus atravesó las fronteras.

Tanto históricamente como en el pasado reciente, la tecnología ha impulsado las transformaciones estructurales en nuestras economías. La introducción de las computadoras en la producción a comienzos de la década de 1980, la automatización a través de robots en la década de 1990 y la inteligencia artificial hace poco han causado un descenso del empleo en el sector manufacturero en la mayoría de los países y han diezmado la media de la distribución de trabajos en la mayoría de los sectores de la economía. En esta situación, los trabajos que están protegidos de las tecnologías digitales son principalmente aquellos que implican la interacción humana, como la atención médica, la hotelería, las industrias creativas y los viajes de placer. Pero la llegada del COVID-19 ha afectado precisamente a estos trabajos. Por motivos de salud pública, ahora nos vemos obligados a replantear cómo organizamos los trabajos en los sectores que implican contacto humano. Así, por un lado, tenemos una situación en la que la automatización es probable que aumente, allí donde sea posible, a fin de reducir la dependencia de la interacción social; y, por otro lado, la creación de trabajos en los sectores que implican interacción humana, como mucho, se retrasará, a medida que las empresas replantean la manera en que organizan sus actividades a la luz de los problemas de salud pública. La situación no es muy alentadora para los trabajos a corto y mediano plazo.

Es esencial que los trabajadores estén preparados para aprender nuevas habilidades a medida que avanzamos, ya sea en respuesta a las nuevas tecnologías, pero también ahora en respuesta al COVID-19, que está cambiando la forma en que organizamos el trabajo. No se puede esperar que las empresas asuman el costo total del aprendizaje permanente, incluso si está orientado hacia las necesidades futuras de esta, ya que los trabajadores capacitados pueden dejar una empresa y trabajar para la competencia. Además, los desempleados que no tengan empleadores a los que recurrir también necesitarán recibir capacitación. En este sentido, cada economía necesita ayuda generosa del Gobierno; es esencial que la capacitación y el aprendizaje permanente se realicen en el sector empresarial, y no en el sector público, ya que las empresas conocen mucho mejor las necesidades del mercado que los gobiernos. Pero los gobiernos deben financiar esta capacitación para que funcione correctamente.

Aún estamos aprendiendo cómo el trabajo remoto afecta el empleo según el género. Por un lado, las mujeres predominan en los trabajos que implican interacción social y que no se pueden realizar bien de manera remota. Pero, por otro lado, las mujeres realizan mucho más trabajo no remunerado doméstico en casa y pueden ser las primeras en optar por trabajar de manera remota. Además, debido al COVID-19, el trabajo remoto ha generado un aumento del trabajo no remunerado que hacen los hombres en casa, como el cuidado de los hijos y el mantenimiento del hogar, y ha reducido el de la mujer, pero no en la medida necesaria como para lograr una igualdad de género. De acuerdo con la bibliografía que está surgiendo, la diversidad de género es buena para una empresa no solo respecto de los objetivos tradicionales, como una buena rentabilidad para los accionistas, sino también respecto de la innovación y la satisfacción de las partes interesadas, incluidos los empleados y los clientes. Las empresas deben tomar esto en consideración cuando planifican sus cambios organizacionales en respuesta a la pandemia.

Creo firmemente que, al menos hasta el nivel de doctorado, las instituciones educativas deben dotar a los estudiantes de una «cartera» de habilidades; algo de ciencias, matemáticas, economía, sociología, psicología y administración. Esto preparará a los jóvenes para entrar al mercado laboral y especializarse a nivel empresarial. Todas estas habilidades «capacitadoras» (en otras palabras, una buena formación académica para habilitar mayor especialización) serán esenciales. No podemos saber qué habilidades se necesitarán en el futuro porque la tecnología está cambiando muy rápido. Sabemos que necesitaremos más habilidades sociales y esta es un área que han descuidado las instituciones educativas.

Todavía estoy en proceso de terminar un estudio anterior sobre el impacto de la tecnología digital en los trabajos y, a nivel más general, sobre la eficiencia del mercado laboral de la Unión Europea, que fue parte de un proyecto que contó con el amable y generoso financiamiento del Consejo Europeo de Investigación. Pero en los últimos meses comencé a investigar con otros economistas de otros lugares de Europa sobre la formulación de un modelo económico de las epidemias y el impacto implícito en el mercado laboral. Presido de manera conjunta el Instituto para el Futuro del Trabajo, con sede en Londres, que es un nuevo instituto dedicado a la calidad del trabajo y a las transiciones fluidas de los trabajadores, y proporciona un ente coordinador que integra las diferentes líneas de mi investigación sobre el mercado laboral para la difusión pública.

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